Esta semana hemos comenzado la bioconstrucción del Flexágono.
No quiero entrar en detalles técnicos sobre este tipo de construcción, pero si te despierta curiosidad, te animo a que investigues por tu cuenta.
Recuerda: flexágono de Tom Rijven
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Lo que quiero compartir hoy no es tanto el proceso constructivo, sino lo que sucedió el cuarto día.
El jueves, al amanecer, encendimos llamas en el hoyo de la cimentación central.
Cada persona hizo su ofrenda al fuego: un papel, un romero, un cuarzo…
Todo estaba siendo muy emotivo y entonces Marianne se acercó.
Tenía un cuchillo en la mano.
Se arrodilló ante las llamas y, con un gesto lento y decidido, cortó un mechón de su cabello y lo lanzó al fuego.
Las chispas se elevaron mientras el pelo ardía como hierba seca.
Algo en mi pecho se encogió.
Cuando llegó mi turno, me acerqué, sostuve mi ofrenda y hablé.
O al menos lo intenté.
Al abrir la boca, el aire se volvió espeso, las palabras no salían.
El pecho pesaba más que un neumático repleto de grava.
Y entonces, como si el cuerpo decidiera por su cuenta, el agua brotó de mis ojos sin contención.
No era un llanto que pudiera disimular. No eran lágrimas discretas.
Los músculos del rostro se tensaron y aflojaron sin permiso.
No recuerdo la última vez que lloré así.
Mucho menos frente a veinte personas, muchas de ellas apenas conocidas de unos días.
La hora siguiente fue extraña.
Mantuve la mirada baja, como si el suelo fuera el único refugio posible.
Sentía el calor en el cuello.
Cada vez que alguien pasaba cerca, la sensación se intensificaba, como si sus ojos fueran manos palpando algo frágil en mí.
Y entonces, Daniel se acercó.
No habíamos hablado demasiado esos días. Puso su mano en mi hombro, con la firmeza justa para que sintiera su presencia sin invadir.
“Gracias por tus emociones de esta mañana”, dijo. Y se fue.
No hubo abrazo. No hubo discurso.
Solo eso: una mano, unas sílabas, y un hombro que dejó de temblar.
Construir una casa de esta forma es también construirnos a nosotros mismos.
No solo es un modelo habitacional modular, asequible y de rápida construcción.
Estoy recordando que crear un hogar no es un privilegio de unos pocos, es un derecho fundamental, que cuando nos empoderamos, acompañamos y nos permitimos ser vistos, nos hacemos más fuertes.
Y que está bien. Aquí, hasta las lágrimas son mezcla.
Por eso hacemos esto:
este tipo de construcciones necesitan ser REConocidas, y ahí está Sonya con su objetivo enfocado en llenar de luz este curso nacido de la colaboración más humana que RECuerdo.
El Flexágono respirará barro y paja. Pero a lo que huele dentro es a comunidad, risas y pelo quemado.
Y quizá, en el fondo, eso sea lo más importante de toda esta construcción.
GratiLuz y hasta la semana que viene
PD. Buscamos perSanas con conocimientos en edición y montaje de video que vivan por la zona (Cádiz) que quieran ser parte del proceso de edición de este curso de bioconstrucción. info@objetivodeluz.com
Gracias me encantó tu relato. Gracias!!!!!🌈💦💜👏👏👏👏🫶💫🌈🌈🌈🌈🌈🌈🌈🌈